Emigrar o morir en México
Me’phaa, nu’saavi y nahuas abandonan por decenas de miles la Montaña de Guerrero. Andrajosas, familias enteras cargan con su patrimonio –sacos de maíz, petates y bolsas de harapos– y dejan cientos de pueblos desolados. Es el inicio de un humillante viaje de más de 2 mil kilómetros que los llevará, como peones acasillados, a las plantaciones de empresas trasnacionales. Su destino son campos de concentración, capataces, guardias blancas y tiendas de raya.
De este modo comienza el reportaje Desplazados por el hambre, de Zósimo Camacho, en el que retrata la vida de los pueblos indígenas de la Montaña de Guerrero -en el sur de México- obligados a emigrar a los latifundios del norte del país como única opción para sobrevivir y mantener a sus familias; la única opción: migrar o morir. Este fenómeno migratorio afecta a todos los integrantes de las familias de Guerrero, ya que no sólo los adultos sino también los niños deben emigrar y trabajar para poder comer.
La Montaña de Guerrero es un Estado pobre, caracterizado por el minifundismo, con una gran erosión de los suelos y una producción agrícola de subsistencia, y donde destacan el desempleo, la alta mortalidad materna, la desnutrición infantil, el bajo nivel educacional y las violaciones de derechos humanos. Cuenta con una población de aproximadamente medio millón de personas, la mitad indígenas pertenecientes a los pueblos mixteco y tlapanecos, y divididas en cientos de comunidades alrededor de 11000 km2.
Ante la falta de oportunidades para mejorar, la insuficiencia alimentaria y la presión militar, la inmigración hacia los campos agrícolas del noroeste de México es no sólo una fuente de ingresos sino una estrategia de supervivencia.
Desnutridos, desolados, extorsionados y maltratados, los indígenas de Guerrero son víctimas de los contratistas de jornaleros y de las empresas agrícolas que ofrecen unas condiciones no sometidas a ningún contrato escrito. No sorprende -aunque indigna- saber que las condiciones salariales ofrecidas acaban siendo aún más míseras y denigrantes.
* Fotografía: Julio César Hernández
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