Bombas sobre Bagdad / Paulino Aparicio Ortega
Todas las manos juntas de la gente, esa guerra de manos
como un clamor de cañones ilesos, no fueron suficientes,
y la sangre se tiende pulso a pulso por una catástrofe real.
Ya sabíamos que los muertos acabarían siendo ciertos,
porque las bombas no son inteligentes.
Hoy se rifó metralla en un mercado, al peso,
y detrás de cada casa por la noche, hay ojos aterrados
sintiendo la tormenta de estar en el punto de mira.
Seres apagados, quedan entre las llamas,
andando desde el miedo, con un grito en los ojos.
Dormid si es que podéis salvadores aciagos.
Dad vueltas a las cosas torcidas para que parezcan derechas,
y luego vendedlas como saldos en un mercado que esté fuera de tiro,
no vayan esas bombas clarividentes a hacer nuevos estragos.
Lo peor de la guerra es que no tiene nombre.
Nombrar el exterminio mancha la lengua,
por eso se le buscan falsas metáforas de salvación.
Pero la guerra no puede disfrazarse,
es demasiado impresentable;
pisotón de un zapato a las hormigas,
aspas locas del odio y de la furia,
argumento final del que carece de argumentos.
Incluso después que los marines desfilen por Manhattan
quedará la cosecha tardía del silencio,
las magulladuras intratables y la duda instalada.
El fracaso de toda guerra.
Eso que no trascribe fácilmente.
No hay bombas inteligentes.
Lo único inteligente que tiene el ser humano es la palabra,
y en cada guerra, la palabra la pisan con sus botas los soldados.
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joaquina -
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