El campamento de Gdeim Izik, germen de las manifestaciones por la democracia en los países árabes
“La peor actitud es la indiferencia, decir “paso de todo, ya me las apaño”. Si os comportais así, perdéis uno de los componentes esenciales que forman al hombre. Uno de su componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue.” Stéphane Hessel. ¡Indignaos! Ed. Destino, 2011.
Aunque en la mayoría de los medios de comunicación se citan los acontecimientos ocurridos en Túnez en diciembre pasado como la chispa que encendió el fuego de las revueltas ciudadanas en Oriente Próximo y en el Magreb, se ha de recordar que la organización del campamento de Igdeim Izik a las afueras de El Aaiún en noviembre de 2010 fue una manifestación pacífica de aproximadamente 20.000 ciudadanos saharauis que protestaban por su marginación en el acceso a los servicios sociales (sanidad y educación) y al mercado de trabajo, y una protesta ante una situación de pobreza, agravada por un conflicto político sin resolver y por la inexistencia de un sistema democrático en Marruecos. Esta protesta pacífica pero consistente que representaba el campamento de Igdeim Izik fue sin embargo desalojada violentamente por la policía marroquí.
Poco a poco el germen de las revueltas civiles pacíficas se ha ido extendiendo por la zona, ante la reacción violenta y represiva de sus gobernantes y las reacciones tímidas y lentas por parte de los gobiernos occidentales, especialmente de la Unión Europea.
Estas manifestaciones también han llegado a Marruecos, donde la población, especialmente los jóvenes, demanda una apertura democrática y una democratización del acceso a sus derechos civiles. El pasado 14 de marzo, los manifestantes convocados por el Movimiento “20 de Febrero” salieron a la calle para exigir una reforma de la actual Constitución de Marruecos y el establecimiento de una monarquía parlamentaria como forma de gobierno, cansados ya de las repetidas promesas de Mohamed VI de reformar el texto legislativo. La manifestación más numerosa, que tuvo lugar en Casablanca, fue dispersada por la policía marroquí de forma violenta, causando una veintena de heridos y cerca de 150 detenidos. Sin embargo, parece ser que el movimiento civil no cejará en sus demandas a pesar de la represión policial.
Ante hechos como éste y los que de forma similar están ocurriendo en Túnez, Egipto y Libia, los gobiernos democráticos occidentales de la región y los integrantes de Naciones Unidas deben afrontar de forma conjunta unas medidas de actuación para dar soporte por medios políticos y diplomáticos a estos ciudadanos que reclaman sus derechos sociales, políticos y humanos. Sin embargo, los gobiernos de los países integrantes de la Unión Europea llevan años sobrevalorando el carácter democrático de sus sistemas políticos, viviendo en un letargo inquietante y descorazonador, preocupándose de asuntos que parecen afectarles sólo a ellos, y perdiendo de vista la interrelación entre las civilizaciones y los movimientos políticos y sociales más allá de las fronteras.
Las leyes financieras internacionales, las reglas del libre mercado y los prejuicios frente al mundo árabe han mermado gravemente la objetividad política de los países ricos, así como su efectividad para la puesta en marcha de medidas democráticas en asuntos que afectan a la globalidad de los Estados. El liderazgo mundial que pretenden mantener los países miembros del G20 se desarrolla en un marco de decisión poco democrático y participativo; una vez más los países ricos pretenden repartirse la mejor parte del pastel. Pero ahora los ciudadanos de los países árabes quieren hacernos recordar que están dispuestos a indignarse y manifestarse para reclamar sus derechos, en una lección de cultura democrática para los ciudadanos y los gobiernos de los países europeos.
Publicado en: Shukran, nº 30 (marzo 2011), pág. 8.
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