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El alma de Tinduf, por Chedjan

El alma de Tinduf, por Chedjan

Dentro de la serie Exilios, del escritor saharaui Chejdan Mahmud Yazid, podemos encontrar el siguiente relato sobre Tinduf. Aunque Chedjan le ha dado simplemente el título de Tindouf -su nombre en francés-, a mí al leerlo se me ha quedado la imagen de una wilaya con alma descarnada y seca, de ahí el título que le he puesto a este post.

Tindouf es el nombre de una Wilaya argelina que se ha colado en la vida y memoria de los saharauis en general. Una basta región sureña que abarca la vida y la muerte indistintamente y que abarca también el exilio. Engloba, tanto a argelinos como a saharauis. Hoy en día ese nombre elude únicamente a los saharauis, inclusive para los mismos argelinos.
Tindouf, como Wilaya o región, cada año se rinde sin discusión a dos estaciones: el verano y el invierno. En la seca, su tributo es quizás más evidente y descarado, los habitantes se codean con la muerte y la exasperación a ras de la perdición. En la estación del frío, simplemente se congela todo, hasta la arena que se cuela en los lugares más insospechados y, acostumbrada a vagar por el extenso desierto como y cuando le venga en gana, se rinde a tal frío y se aglomera calladamente aquí y allí buscando como todos, un rincón cálido donde resguardarse. El otoño y la primavera, tampoco deparan buenos momentos, por un lado las moscas y por el otro el magnánimo siroco del Sahara. O sea, que la vida se reparte entre bofetadas y torturas venidas del más allá. El más acá, ese que deambula por los campamentos de refugiados saharauis, disfrazado de pacificador universal, se esconde detrás de una carcajada desmerecida; se burló tempranamente de la suerte e inventó el porvenir y la espera, a base de pan y agua e intenciones. Mientras, nuestras almas imploran, desde hace años y desde el mismo lugar, que cesen los castigos y los maleficios. Amén.
Todos los refugiados vemos a Tindouf como un mal o un bien necesario, depende como lo miras es una cosa u otra. Los argelinos de la ciudad nos llaman “kurdos”, -en cuba, nos hubieran llamado “palestinos”-. Sabemos que no nos desprecian, aunque a veces nos cachetean a propósito. Es en definitiva donde nos tocó vivir, eso si, por tiempo limitado. Tan limitado que a mí me dio tiempo para vivir en tantos sitios diferentes y asomarme de vez en cuando para ver si aún mi gente sigue allí o no y, también les dio tiempo a mis padres de exasperarse hasta morir.
La ciudad de Tindouf, evidentemente copada por nativos locales, entremezclados con nativos de origen saharaui, se mueve a ritmo de los tambores saharauis y éstos se aprestan a comprar cada día el pan y las verduras pagando con dinero francoargelino, sin saber el precio. Sus habitantes, mayoritariamente militares, se hacen eco de que el saharaui es un ser que deambula por los alrededores de la ciudad y, se apresuran sin reparo a pedirles credenciales cada vez que entran o salen, con un fusil apuntándoles y listo para disparar. Los controles argelinos descaradamente se multiplican para pedir algo a cambio de no apretar alguna tuerca. La ciudad, infestada de Pan, cigarrillos asquerosos, y ropa falsificada, se enorgullece de su libertad en las narices de los exiliados saharauis y, la policía nos recuerda en cada esquina que pagar tributos es un mal necesario, por aquello de, “alimentar a su familia.” En Tindouf, todo es falso y descarado y esta muy lejos, para que alguien venga a decir que eso no es ético. Los saharauis quisiéramos denunciarles, pero no estamos locos para hacer eso.
Yo por mi parte, que crecí allí, soy uno de sus mejores amigos. Me vio corretear por sus desérticas calles, es donde tomé mi primer helado y tuve mi primera pelea. Me despedí de Tindouf en un atormentado verano, pero nunca la olvidé y menos a los refugiados que viven en los alrededores. Más tarde, a pesar de todo y que yo preferí otros lares para vivir, Tindouf aún me sigue recibiendo con los brazos abiertos, si bien nunca me ha invitado a nada y si lo hace, siempre pago yo.

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